Durante el siglo XIX y parte del siglo XX, las empresas han representado un motor para el progreso y el bienestar, sin embargo en las últimas décadas se resquebrajó la confianza de los ciudadanos acerca del tejido empresarial, viendo a algunas de las empresas como fuente de corrupción, injerencia política, desigualdades, impacto en el medio ambiente, fraude fiscal etc.
Afortunadamente, el mundo empresarial está evolucionado hacia un modelo en que el objetivo de las empresas no pasa exclusivamente por maximizar sus beneficios sino que tienen en cuenta otros valores sumamente importantes. Este giro se estimula a través tres variables: la normativa, el propósito y el mercado.
A nivel de normativa, hablamos de los últimos cambios y ajustes habidos en términos de responsabilidad social, transparencia, diversidad y protección de datos, entre otras, que brindan una legislación más exigente y aunque no asigna esta responsabilidad en la empresa en sí, sí lo hace en términos de ejecución por parte de sus respectivos órganos de gobierno.
El mundo empresarial está evolucionado hacia un modelo en que el objetivo de las empresas no pasa exclusivamente por maximizar sus beneficios sino que tienen en cuenta otros valores sumamente importantes. Este giro se estimula a través tres variables: la normativa, el propósito y el mercado.
A nivel de propósito, nos referimos a la dualización del cumplimiento de objetivos, que ya no pasan únicamente por rendir cuentas a los accionistas de la compañía, sino también a los respectivos grupos de interés tales como proveedores, empleados, comunidades,… Esta variable ha llegado para quedarse, pues muchas empresas consideran esta base suficientemente sólida y de alto impacto en la sociedad, afectando de pleno a su imagen, a su reputación, a su rendimiento y a su evolución futura.
Respecto al mercado esta variable viene impuesta por el código de buenas prácticas, y diferentes sectores y generaciones de la propia sociedad que empujan a las empresas a modificar su visión a nivel social, medioambiental y de buen gobierno. Las empresas necesitan verse legitimadas social y éticamente, para no verse penalizadas por su clientela, al tiempo que procuran mantener un equilibrio para que el control y la burocracia no impacten en exceso en su organización y en su gestión diaria.
Si cruzamos estos cambios con la situación generada por el COVID-19 nos percatamos que en muchas partes del mundo occidental muchos ciudadanos de clase media están perdiendo la fe en el capitalismo. En palabras del economista Daniel Lacalle, éste es un error importante: “El capitalismo proporciona a todo el mundo más riqueza y mayores oportunidades, mientras que el socialismo y el intervencionismo fracasan sistemáticamente y empobrecen a quienes lo padecen”.
Sin embargo, como comentábamos unas líneas más arriba, esta percepción viene arrastrada de los acontecimientos vividos en las últimas décadas y cambiar dicha percepción es un trabajo largo, pesado y requiere mucha constancia. Por supuesto que los estamentos gubernamentales están poniendo “toda la carne en el asador” para revertir estas prácticas del pasado, sin embargo el proceso es lento y debe estar respaldado en todo momento por los hechos.
Es necesario fomentar el Capitalismo Social, un modelo que tenga en cuenta la responsabilidad, el mérito y la recompensa, y que pedagógicamente referencie al mercado libre la mejor práctica para resolver los problemas de convivencia.
Por poner un ejemplo tangible al lector, aquí en España, estas prácticas y estilo de gestión empresarial mencionadas al inicio del presente artículo han sido una constante años atrás, y aunque muchas empresas realizan grandes esfuerzos para revertir su condición y posicionarse social y éticamente a lado de la sociedad, palabras como corrupción, evasión fiscal o discriminación social todavía tienen un fuerte impacto en nuestro país. Por otro lado, debemos tener en cuenta que contamos ahora con dos elementos que refuerzan cualquier impacto positivo o negativo a la sociedad:
Hay numerosos estudios que demuestran que el capitalismo genera más riqueza y mayores oportunidades que el socialismo, que sumado al intervencionismo generan pobreza ya que igualan a los individuos a la baja. Por tanto hay que diferenciar el capitalismo y la economía de mercado, del capitalismo de “colegas”, este último solo genera desigualdad, rechazo y nula reputación.
Es necesario pues fomentar el Capitalismo Social, un modelo que tenga en cuenta la responsabilidad, el mérito y la recompensa, y que pedagógicamente referencie al mercado libre la mejor práctica para resolver los problemas de convivencia.
Según el estudio de Capital Institute el capitalismo para evolucionar hacia un capitalismo social de forma estructurada y coherente con las acciones y hechos, debería pasar por la economía regenerativa bajo los siguientes principios conectados entre sí de forma sistémica:
El capitalismo social fundamenta nuestro entendimiento del por qué la integridad, la ética, el cuidado y el compartir conducen a comunidades socialmente vibrantes y economías saludables que, al mismo tiempo, tienen coherencia práctica y científica.
La teoría resultante de los principios anteriores nos muestra cómo construir economías regenerativas vibrantes y duraderas usando los mismos principios holísticos de la salud que se encuentran consistentemente a lo largo de la amplia variedad de sistemas presentes en el cosmos. Esta teoría fundamenta nuestro entendimiento del por qué la integridad, la ética, el cuidado y el compartir conducen a comunidades socialmente vibrantes y economías saludables que, al mismo tiempo, tienen coherencia práctica y científica. En este sentido: